Transcripción para marimba de la DANZA DEL MOLINERO de EL SOMBRERO DE TRES PICOS de Manuel de Falla
La venganza es un afecto inmanente a la condición humana y, como tal, actúa como leitmotiv de grandes obras de la literatura: Otelo y Hamlet de Shakespeare, Alejandro Dumas y su famoso Conde de Montecristo, la simbolista Moby Dick, las homéricas Ilíada (venganza de Aquiles sobre Héctor por la muerte de Patroclo, dentro de la Guerra de Troya, que per se ya era una guerra de venganza por Helena de Esparta) y Odisea (venganza de Ulises sobre los pretendientes de Penélope a su vuelta a Ítaca), los dramas greco-latinos como la Orestíada de Esquilo (sucesión de venganzas entre Agamenón, Clitemnestra y Orestes), y un largo etcétera.
Similares manifestaciones se aprecian en la pintura (Prometeo encadenado de Rubens o Caín y Abel de Tiziano), mitología (el triángulo vengativo entre Urano, Cronos y Zeus, o el caso de Seth y Horus de la mitología egipcia), y en el séptimo arte (la venganza del general hispano Máximo Décimo Meridio contra el emperador Cómodo en Gladiator, sea esta alcanzada “en esta vida o en la otra”, o la célebre frase de Beatrix Kiddo en Kill Bill: “Cuando la fortuna te sonríe al llevar a cabo algo tan violento y feo como la venganza, es una prueba irrefutable no sólo de que Dios existe, sino de que estás cumpliendo su voluntad”).
Nuestra negativa concepción de la venganza, incardinada en la nematología moral del presente en marcha, es fruto de una evolución histórica (se asienta en Sócrates y el cristianismo, entre otros), ya que no era compartida por nuestros congéneres pretéritos. Los antiguos hebreos la elevaron a rango de ley con la Lex talionis o Ley del Talión (“ojo por ojo y diente por diente”), pensadores como Cicerón la definían como “la virtud por la que, defendiéndose o castigando, se rechaza la violencia o injuria y, en general, todo lo oscuro o ignominioso“, y Tomás de Aquino preconizaba que “quien ejerce la venganza sobre los malos según su jurisdicción no usurpa lo que es de Dios, sino que usa del poder que Dios le ha dado”.
Hay una fina y difusa línea que separa la venganza de la justicia, no en vano Némesis era la diosa de la venganza y de la justicia retributiva en la mitología griega. Hay quien piensa que la justicia, pese al barniz justificativo que ofrecen sus pilares modernos (armonicismo social, rehabilitación, disuasión y retribución), no deja de ser la institucionalización racionalizada y pretendidamente isométrica de la venganza. Queda fuera de toda duda que la
superación de la Ley del Talión, cuya aplicación puramente individual y subjetiva constituía una arbitrariedad proclive a la darwinista depredación, supone una traslación de la venganza privada a la acción pública de los tribunales de justicia. Esta evolución instituye uno de los hitos civilizatorios más notorios de la historia del derecho. Sin embargo, hay una relación evidente entre la cuarta finalidad de las penas ya mentada, la de retribución, consistente en ofrecer a la sociedad una satisfacción que compense el daño causado, y la venganza: comparten casi literal definición. Consecuentemente, la justicia contiene ínsita la propia noción de venganza, si bien en absoluto se circunscribe a ella.
Todas estas contradicciones dialécticas entre la justicia y la venganza tienen su correlato en la novela de Pedro Antonio de Alarcón El Sombrero de Tres Picos, ya que el hilo conductor del cúmulo de infortunios y enredos que se suceden in crescendo en la obra es la venganza, que propicia una espiral destructiva en el trío amoroso protagonista. Manuel de Falla colorea musicalmente esta trama en forma de ballet, cuya fuerza dramática emana precisamente de la voluntad vengativa del molinero hacia el corregidor, y que alcanza su paroxismo en esta célebre Danza del Molinero.
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